LA PARADA DE AUTOBUS. Eduardo Lozano
Tal vez porque no intuyo todavía
el ocre que me mira desde lejos
y me fija a la acera entre murmullos
fatigados, agacho la cabeza,
busco en el suelo motas de polvo silencioso
que me cubran segundos de las manos.
A mi izquierda, tus dedos en la frente,
lo inútil del reloj en la muñeca
bajo el calor naranja del que hablamos
cuando hablamos de nada.
A mi derecha, el poste de aluminio
y números borrados, un brazo que se apoya
para ocupar su errancia. También yo, que mantengo desde siempre
una cierta atracción por la desidia.
Dejo en el suelo la mochila,
imagino suspiros a ritmo de monóxido
o a ritmo de garganta que prescinde de voz
para tocar el aire. Tus zapatos detienen mi costumbre,
pero no la trasforman.
Si supiera habitar en la pausa
del que cierra los ojos espirando,
volverme por instante fotograma
que ahueque la demora, quizá entonces notase
el estigma vacío
que anticipa el pasado de las cosas
José Ángel García Caballero
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